India: del amanecer al caos

Kipling hizo a la India la tierra de los encantadores de serpientes. Más allá de aquel romanticismo colonial, este es un lugar inmenso en el subcontinente asiático cuyo ritmo discontinuo y ruidoso se estrella estrepitosamente en el rostro de quien la visita.

Muchos mundos se entretejen, chocan y luchan entre sí. Como una gran historia épica que nunca acaba, Delhi es el epicentro de un terremoto humano que despierta todos los días con el calmo cantar de los pájaros.

En esta ciudad es posible tener una conversación sobre el paso del tiempo en la tumba de Humayun, respirar un poco de antigüedad. Caminar por Chandni Chowk a medio día, pasar por el mercado de especias y terminar el día en una mezquita sufí. Es recorrer varios mundos en un día.

Parece que no, pero cada fotografía es una delicada puesta en escena que nos trata de convencer de que algo “ha sucedido” en el mundo “real”. He ahí su capacidad de huella. Así entramos en este intenso diálogo de la mirada donde el autor nos trata de convencer de que, en aquel azar de situación, la cámara tenía el control.

Aquí hay una lucha entre lo presencial y lo que está más allá. Esta es eficacia simbólica de India: un pretexto para explorar conocer y sentir. Este lugar un documento que es dinámico a través del tiempo. Sentimos el caos: sobrevivir al tráfico en un rickshaw, los cuerpos y sus colores, la guerra de especias. Es un viaje sensorial. No es “llegar ahí”, es “estar ahí”.